19 septiembre 2009

....ya he leído: ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner




Sinopsis

A la vez fuente de inspiración literaria y materia de reflexión ética e histórica, el Sur transmite su abigarramiento y complejidad a la gran saga que constituye la obra de William Faulkner (1897-1962), en la que el condado de Yoknapatawpha (mítica transposición de la región norteña de Mississippi) constituye, más que el ámbito de la fabulación, su propio objeto. En ¡Absalón, Absalón! (1936), Quentin Compson ­vástago del linaje cuya ruina se describe en El ruido y la furia ­ recrea, con la ayuda de su compañero de habitación de Harvard, los obstinados esfuerzos de Thomas Stupen para regir una gran plantación y fundar una dinastía. La destrucción y el fracaso son la conclusión final de una historia de violencia, orgullo, incesto y crimen.


Informaciones

William Faulkner cuenta en Absalom, Absalom! la historia de la familia Sutpen, antes, durante, y después de la Guerra de Secesión en el imaginario condado de Yoknapatawpha, en Mississippi. La historia es narrada por cuatro personajes, directa e indirectamente relacionados con los Sutpen, Rosa Coldfield, Shreve, Quentin Compson y su padre. Estos cuatro narradores intentan reconstruir los trágicos acontecimentos que rodearon a la familia Sutpen y que acabaron con la progresiva destrucción del patrimonio y la dinastía que había creado Thomas Sutpen en el idílico Sur, de la cultura de la plantación y de la esclavitud y que se vio súbitamente truncada por la Guerra Civil estadounidense.
Esta obra enigmática, ambigua, paradójica y de gran complejidad técnica gira alrededor del racismo, el amor, la venganza y el honor en el contexto histórico y cultural de la época de la esclavitud y las plantaciones de los grandes terratenientes del sur y la Guerra de Secesión (1861-1865) que acabó con todo ello. Pero el verdadero significado de Absalón, Absalón reside en los límites del conocimiento humano y la inexistencia de la verdadera objetividad, todo ello lo representan los cuatro narradores, que intentan reconstruir una historia de la que desconocen gran parte de los hechos.
¡Absalón, Absalón!, la historia de la perturbada ambición de Thomas Sutpen y la tragedia con la que culmina la envenenada relación de ultrajes, incestos, ciegos prejuicios, honor corrupto, recelos racistas y sangre derramada entre Sutpen, sus hijos legítimos, Henry y Judith, y su hijo repudiado, Charles Bon, una trama laberíntica e inspirada en el episodio bíblico de Samuel, 2: 13-19 –que cuenta cómo Absalón, hijo de David, mata a su hermano Amnón por haber forzado a su hermana Tamara– regresa al estilo polifónico de las narraciones apócrifas contrapuestas en un texto convertido en palimpsesto, los monólogos interiores tejidos con anacolutos y una sintaxis desquiciada por las sinuosidades del pensamiento y la presencia de estructuras codificadas como versículos bíblicos, cartas, fórmulas de la novela negra o el folletín victoriano o sermones, las dilatadas elipsis y las subversiones temporales que desplegó de forma extraordinaria en El ruido y la furia (1929). Por el texto enmarañado de voces trenzadas en el tiempo por narradores confusos que hablan y piensan a la vez, que en ocasiones transcriben la oralidad y con frecuencia se abandonan a la verborrea y a una oratoria nacida de un doble mecanismo de digresión y contradicción, por ese texto hipertrofiado (“siendo así que la tía una noche se deslizó por el canalón del desagüe... de modo que asunto concluido: que luego su padre se encerró en el desván [...], así que asunto concluido [...]; así pues, que ella tenía también razón en lo referente al padre...”, p. 226), y trufado de jergas (“¿Susté Rosie Coldfield? Pos más vale que se venga pallá. Henry sacargao a ese menda, al cabrón del francés. Loa dejao más tieso cun filete”, p. 166), y de ecos que construye Faulkner aquí sólo cabe avanzar, como señala David Dowling (William Faulkner, MacMillan, Londres, 1989), “como avanzaríamos en la jungla, cortando la maleza con un machete mientras vemos que a nuestra espalda ya se cierra de nuevo el camino, sintiéndonos ahogados en un exuberante hábitat de modificadores, oraciones de relativo, frases parentéticas, perífrasis”, ambigüedades, yuxtaposiciones, cambios ortotipográficos que revelan otros tantos cambios de voz o de punto de vista, abruptas y laberínticas hipotaxis (“Y así lo que tal vez estaba haciendo a la hora del crepúsculo (pues supo que Sutpen había regresado [...]) en el jardín mientras paseaba con Judith [...] (y Judith pensando en todo ello como pensaba en aquel primer beso del verano anterior: Así que es eso. Eso es el amor [...]); así, acaso lo que estaba haciendo era tan solo esperar, decirse Quizá todavía mandará llamarme [...]”, p. 421), y otras violentas especies lingüísticas que nos asaltan cuando tratamos de recapitular y de hacernos con la trama de Sutpen, de su megalómana mansión, de los inhóspitos páramos del espíritu que atraviesan él y su infortunada familia (“la conciencia moral es la maldición que el hombre tuvo que aceptar de los dioses para que le dieran el derecho a soñar”, declaró Faulkner en su entrevista a The Paris Review), y del asesinato de Bon a manos de su hermano Henry, una trama urdida por los discursos amalgamados de la señorita Rosa, cuñada de Sutpen, de su vecino el señor Compson, del hijo de éste, Quentin, y de su compañero en Harvard, Shreve, que recuerdan, imaginan y conjeturan a un mismo tiempo, generando una espiral de distintas y equívocas versiones que dificultan el establecimiento de un relato avalado por algún principio de autoridad, pero que a la vez permiten que el lector penetre en el detectivesco e inquietante microclima moral creado por Faulkner en esta obra maestra en la que relato, acción, personajes, trama y peripecia parecen destinados a desaparecer por el desaguadero del lenguaje. Está aquí el mejor Faulkner del modernism, el que escribe pensando en el proceso de la escritura misma y no tanto en el producto de la historia que escribe. Disfrute el lector avanzando en la jungla textual sin miedo a no poder retroceder, pues es el placer de la aventura del trayecto, y no la satisfacción de la llegada, lo que Faulkner espera que experimente. ¡Absalón, Absalón! responde a una retórica circular en la que ni existe inicio ni existe final, y en la que de nada sirve esperar que las viejas leyes de la causa y el efecto y de la lógica acudan en nuestra ayuda. Como señala Vargas Llosa (La verdad de las mentiras. Ensayos sobre literatura, Seix-Barral, 1990) a propósito de la manipulación de los datos de la historia por parte de sus narradores en el estilo faulkneriano, “toda novela se compone de datos visibles y de datos escondidos. El narrador nunca nos lo dice todo, y a veces nos despista: revela lo que un personaje hace pero no lo que piensa o al revés. Así, la historia se va iluminando y apagando”. No traten de ordenar el texto para entenderlo, piérdanse en su maraña y lo entenderán de verdad, advierte Faulkner en imaginarias notas al pie. Háganle caso, lean así ¡Absalón, Absalón! y disfrutarán del texto sagrado y de su traducción.


Comentario

Para mí Faulkner es ese escritor que te dice constantemente: "nunca escribirás como se debe (esto es: igual que yo), ¡no merece la pena ni que lo intentes!". Escritura elevada, pluma única y privilegiada, lectura inigualable.